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Madrid, 19 enero 2109, 13:10

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Teleportación

Etiquetas: historia de la ciencia, desorden TP, la Fiebre del Cosmos, Guerras Robóticas, Día Uno, los Otros, Paz Humana, Acuerdos Globales de Casiopea, sintientes.

#422-222

Artículo en edición

La teleportación o teletransporte (TP) es uno de los más viejos sueños del ser humano. Aunque la teleportación cuántica se venía ensayando desde el sigloXX, el primer experimento significativo sucedió en 2006 cuando el profesor Eugene Polzik, del Instituto Niels Bohr de la Universidad de Copenhague, consiguió teleportar un objeto diminuto, pero macroscópico, a una distancia de medio metro, utilizando la luz como vehículo transmisor de la información del objeto. Sin embargo sólo fue a partir de 2067, con el descubrimiento de las insospechadas cualidades de potenciación lumínica del astato, un elemento extremadamente raro en la Tierra pero relativamente abundante en las minas de Titán, cuando la teleportación dio un salto de gigante. En 2073, con ayuda de la llamada luz densa, capaz de acarrear cien mil veces más información y de manera cien mil veces más estable que la luz láser, la profesora Darling Oumou Koité fue teleportada o tepeada, como también se dice en la actualidad, desde Bamako (Mali) al satélite saturnal Encelado. Fue la primera vez que se tepeó a un humano a través del espacio exterior.

A partir de entonces se desató entre los países de la Tierra un auténtico furor de exploración y conquista del Universo. Puesto que la teleportación anulaba las distancias y daba igual recorrer un kilómetro que un millón de kilómetros, las potencias terrícolas se enzarzaron en una carrera para colonizar planetas remotos y explotar sus recursos. Fue la llamada Fiebre del Cosmos, y se convirtió en una de las causas principales del desencadenamiento de las Guerras Robóticas, que arrasaron la Tierra desde 2079 hasta 2090. El teletransporte siempre tuvo elevados costes económicos, por lo que en general sólo se tepeaban equipos de exploración de dos o tres personas. Como apenas se disponía de información más o menos fiable de unos pocos centenares de planetas que pudieran resultar colonizables, no era raro que los enviados de varios países coincidieran en un objetivo, bien por casualidad o bien gracias al espionaje, con consecuencias a menudo violentas. Numerosos exploradores cayeron en combate o asesinados, y los repetidos incidentes diplomáticos fueron elevando la tensión mundial. A medida que los destinos más conocidos iban siendo tomados o se convertían en territorios en agria disputa, las potencias empezaron a arriesgar más y a mandar a sus exploradores a lugares más remotos e ignorados, lo que incrementó la ya elevada mortandad de los teleportados. En 2080, último año de la Fiebre del Cosmos, falleció el 98% de los exploradores de la Tierra (cerca de 8.200 individuos, casi todos ellos tecnohumanos), la mayoría simplemente desaparecidos tras el salto, tal vez desintegrados por error en el oscuro espacio intergaláctico, tal vez volatilizados en el acto al ser tepeados a un planeta inesperadamente abrasador.

Para entonces ya se había hecho público algo que los científicos y los Gobiernos supieron desde los comienzos del uso de esta tecnología: que el teletransporte es un proceso atómicamente imperfecto y puede tener gravísimos efectos secundarios. Es una consecuencia del principio de incertidumbre de Heisenberg, según el cual una parte de la realidad no se puede medir y está sujeta a cambios infinitesimales pero esenciales. Lo que significa que todo organismo teleportado experimenta alguna alteración microscópica: el sujeto que se reconstruye en el destino no es exactamente el mismo que el sujeto de origen. Por lo general, estas mutaciones son mínimas, subatómicas e inapreciables; pero un significativo número de veces los cambios son importantes y peligrosos: un ojo que se desplaza a la mejilla, un pulmón defectuoso, manos sin dedos o incluso cráneos carentes de cerebro. Este efecto destructivo de la teleportación es denominado desorden TP, aunque a los individuos aquejados de deformaciones visibles se les conoce coloquialmente como los mutantes. Por otra parte, se comprobó que teletransportarse en repetidas ocasiones acaba produciendo de manera inevitable daños orgánicos. La posibilidad de sufrir un desorden TP grave aumenta vertiginosamente con el uso, hasta llegar al cien por cien a partir del salto número once. En la actualidad nos regimos por los Acuerdos Globales de Casiopea (2096), que prohíben que los seres vivos (humanos, tecnohumanos, Otros y animales) se teleporten más de seis veces a lo largo de su existencia.

Los riesgos de los saltos, la muerte y desaparición masiva de los exploradores, el elevado coste económico y el comienzo de las Guerras Robóticas acabaron con la Fiebre del Cosmos y con el entusiasmo por la teleportación. A partir de 2081 sólo se usó esta forma de transporte para mantener la explotación del lejano planeta Potosí, único cuerpo celeste encontrado durante la Fiebre del Cosmos cuyos recursos resultaron ser lo suficientemente rentables como para desarrollar una industria minera allende el sistema solar. En los primeros años, la propiedad de Potosí se repartió entre la Unión Europea, China y la Federación Americana. Tras la Unificación pertenece a los Estados Unidos de la Tierra, aunque las minas más productivas han sido vendidas al Reino de Labari y al Estado Democrático del Cosmos.

Fue en Potosí en donde tuvo lugar el primer encuentro documentado entre los seres humanos de la Tierra y los Otros o ETS, seres extraterrestres. El 3 de mayo de 2090, fecha desde entonces llamada Día Uno, una nave alienígena aterrizó en el sector chino de la colonia minera. Eran exploradores gnés, un pueblo procedente del planeta Gnío, cercano a Potosí; ambos orbitan la misma estrella, Fomalhaut. Su navío era muy rápido y técnicamente muy avanzado, si bien su método de desplazamiento era convencional y viajaban a velocidades muy inferiores a las de la luz. Desconocían el teletransporte material, pero habían desarrollado una técnica de comunicación ultrasónica con apoyo de haces luminosos que alcanzaba distancias fabulosas en un tiempo récord. Gracias a estos mensajes o telegnés, los gnés habían establecido contacto no visual con otras dos remotas civilizaciones extraterrestres: los omaás y los balabíes. Los humanos habíamos dejado de estar solos en el Universo.

El impacto de tan fenomenal descubrimiento fue absoluto. Tres días más tarde se firmaba la Paz Humana que acabó con las Guerras Robóticas. Aunque el acuerdo se vio sin duda impulsado por el temor que infundieron los extraterrestres en los habitantes de nuestro planeta ( el mismo nombre de Paz Humana parece querer resaltar la unidad de la especie contra los alienígenas), en pocos años se fue desarrollando un sentimiento positivo de colectividad que desembocó en el proceso de Unificación y en la creación de los Estados Unidos de la Tierra en 2098. Paralelamente se establecieron contactos con las tres civilizaciones ETS, y sin duda la existencia de la teleportación fue el hecho sustancial que permitió un verdadero intercambio político y cultural entre los cuatro mundos: por primera vez, todos pudieron encontrarse físicamente. Hubo estudios, informes, instrucción intensiva de traductores, negociaciones, preacuerdos, envío de emisarios por TP, miríadas de telegnés surcando las galaxias y una frenética actividad diplomática a través del Universo. Pronto quedó claro que las cuatro especies no competían entre sí de modo alguno y que no podían constituir un peligro las unas para las otras: la distancia entre los planetas de origen es demasiado vasta y el teletransporte es igual de dañino para todos. La grandeza del Cosmos pareció fomentar de alguna manera la grandeza humana y las conversaciones avanzaron en rápida armonía hasta culminar en los Acuerdos Globales de Casiopea de 2096, primer tratado interestelar de la Historia. Los Acuerdos regulan el uso y copyright de las tecnologías ( por ejemplo, nosotros compramos telegnés y a nosotros nos compran teleportaciones, pero tanto la propiedad intelectual como los derechos de explotación son exclusivos de la civilización que desarrolló el invento), el intercambio mercantil, el tipo de divisa, el uso del teletransporte, las condiciones migratorias, etcétera. Ante la necesidad de acuñar un término que definiera a los nuevos compañeros del Universo y nos identificara con ellos, se aceptó la expresión seres sintientes, proveniente de la tradición budista. Los sintientes ( g’naym, en lengua gnés; laluala, en balabí; amoa, en omaanés) conforman un nuevo escalón en la taxonomía de los seres vivos. Si el ser humano pertenecía hasta ahora al Reino Animalia, al Phylum Chordata, a la Clase Mammalia, al Orden Primates, a la Familia Hominidae, al Género Homo y a la Especie Homo sapiens, a partir de los Acuerdos se ha añadido un nuevo rango, la Línea Sintiente, situada entre la Clase y el Orden, porque, curiosamente, todos los extraterrestres parecen ser mamíferos y poseer pelo de una manera u otra.

Aunque la teleportación ha permitido que las cuatro civilizaciones se hayan intercambiado embajadores, en la Tierra no es muy habitual poder ver a un alienígena en persona. Las delegaciones diplomáticas constan de tres mil individuos cada una, repartidos por las ciudades más importantes de los EUT; a esto hay que sumar unos diez mil omaás que se han tepeado a la Tierra huyendo de una guerra religiosa en su mundo. En total, por lo tanto, hay menos de veinte mil alienígenas en nuestro planeta, un número ínfimo frente a los cuatro mil millones de terrícolas. No obstante, sus peculiares apariencias son sobradamente conocidas gracias a las imágenes de los informativos. El nombre oficial de los extraterrestres es los Otros, pero comúnmente se les conoce como bichos.

 


—Esto lo encontré en mi mesa hace dos días —dijo Myriam Chi.

Se inclinó hacia delante y entregó a Bruna una pequeña bola holográfica. La rep la colocó sobre su palma y pulsó el botón. Inmediatamente se formó en su mano una imagen tridimensional de la líder del MRR. No tenía más de diez centímetros de altura, pero mostraba con nitidez a una Myriam de cuerpo entero, sonriendo y saludando. De pronto apareció de la nada una mano minúscula armada con un cuchillo, y la hoja, enorme por comparación, rajó de arriba abajo el vientre de la rep y sacó hábilmente el paquete intestinal haciendo palanca con la punta del arma. Las tripas se desparramaron y el holograma se apagó. Eso era todo y era bastante.

—Joder —murmuró Bruna, a su pesar.

Había sentido el impacto de la escena en el estómago, pero una milésima de segundo después consiguió recuperar su aplomo. Volvió a apretar el botón y ahora se fijó mejor.

—Tú sonríes durante todo el tiempo. Debe de ser una imagen de los informativos, o de...

—Es el final de un mitin del año pasado. Lo holografiamos entero y se vende en nuestra tienda de recuerdos. Los simpatizantes lo compran. Es una manera de sacar fondos para el movimiento.

—O sea que puede conseguirlo cualquiera...

—Tenemos muchos simpatizantes y ese holograma es una de nuestras piezas más vendidas.

Bruna advirtió un timbre peculiar en las palabras de Myriam, un retintín irónico, y alzó la vista. La mujer le devolvió una mirada impenetrable. La melena castaña larga y ondulada, el traje entallado, el rostro maquillado. Para ser la líder de un movimiento radical tenía un aspecto curiosamente convencional. Volvió a pulsar la bola. La imagen superpuesta del destripamiento parecía real, no virtual. Posiblemente fuera un animal en algún matadero.

—De hecho es un montaje bastante burdo, Chi. Yo diría que es un trabajo doméstico. Pero resulta muy eficaz, porque toda esa carnicería inesperada y tremenda impide que te fijes en los defectos. ¿Me la puedo quedar?

—Por supuesto.

—Te la devolveré cuando la analice.

—Como puedes comprender, no la quiero para nada... Pero sí, supongo que es una prueba que hay que conservar.

Ah, se dijo Bruna, te he pillado. Myriam había acompañado la frase con un pequeño suspiro, y su actitud firme y algo prepotente de líder mundial que está por encima de estas pequeñeces se había resquebrajado un poco, mostrando un destello de miedo. Sí, claro que estaba asustada, y con razón. Husky recordó con vaguedad otros incidentes anteriores, violentos reventadores en sus mítines e incluso unos supremacistas que intentaron pegarle un tiro, ¿o fue ponerle una bomba? Al llegar a la sede del MRR había tenido que pasar por varios controles, incluyendo un escaneo de cuerpo entero.

—Y dices que, aparte de ti, sólo hay otras dos personas autorizadas para entrar en este despacho.

—Eso es. Mi ayudante y la jefa de seguridad. Y ninguno de los dos abrió la puerta. En el registro de actividad de la cerradura no consta que entrara nadie desde que me fui de aquí la noche anterior hasta que regresé a la mañana siguiente. Y para entonces ya estaba la bola holográfica sobre mi mesa.

—Lo que significa que alguien ha manipulado ese registro... Tal vez alguien de dentro. ¿La jefa de seguridad?

—Imposible.

—Te sorprendería saber las infinitas posibilidades de lo imposible.

Myriam carraspeó.

—Es mi pareja. Vivimos juntas desde hace tres años. La conozco. Y nos queremos.

Bruna tuvo una visión fugaz de Myriam como objetivo amoroso. Esa fría seguridad en sí misma punteada por la fragilidad del miedo. Ese activismo gritón e impertinente unido a su aspecto tradicional. ¡Pero si incluso llevaba las uñas pintadas a la moda retro! Tanta contradicción aumentaba su atractivo. Por un instante, Bruna se dijo que podía entender a la jefa de seguridad. Encontrar sexy a Myriam le puso de mal humor.

—¿Y qué me dices de tu ayudante? ¿También le quieres lo suficiente como para exculparlo? —preguntó con innecesaria grosería.

Myriam Chi no se inmutó.

—Él también está fuera de toda sospecha. Llevamos demasiados años trabajando juntos. No te equivoques, Husky. No pierdas el tiempo mirando donde no debes. Te repito que esto está relacionado con el tráfico de memorias adulteradas, estoy segura. Eso es lo que tienes que investigar y por eso te he llamado precisamente a ti: porque viste a una de las víctimas.

Sí, se lo había dicho nada más llegar con tono imperativo. La líder del MRR le había explicado que antes de Cata Caín ya había habido otros cuatro reps muertos en condiciones similares. Y que, en cuanto ella se interesó en el asunto y fue a hablar con los amigos y compañeros de las víctimas, empezó a recibir extrañas presiones: llamadas anónimas y no rastreables que le aconsejaban olvidarse de todo, mensajes en su ordenador con un creciente tono de amenaza y, por último, la bola holográfica, más intimidatoria por el hecho de haber aparecido en su despacho que por su truculento contenido. Bruna no estaba acostumbrada a que sus clientes le ordenaran lo que tenía que hacer, antes al contrario. La gente contrataba a un detective privado cuando se encontraba perdida. Cuando se sentía amenazada pero no tenía claro cuál era el peligro, o cuando necesitaba demostrar una oscura sospecha, tan oscura que no sabía ni por dónde empezar a buscar. Los clientes de un detective privado siempre estaban sumidos en la confusión, porque de otro modo hubieran acudido a la policía o a los jueces; y por experiencia Bruna sabía que cuanto más confuso estuviera quien le contrataba mejor funcionaba la relación laboral, porque más libertad dejaba el cliente a su sabueso y más le agradecía cualquier pequeño dato que encontrara. En realidad un detective privado era un conseguidor de certezas.

—¿Por qué no has ido a la policía?

Chi sonrió burlonamente.

—¿A la policía humana, quieres decir? ¿Quieres que vaya a preguntarles por qué hay alguien ahí matando reps? ¿Crees que van a tomarse mucho interés?

—También hay agentes tecnohumanos...

—Oh, sí. Cuatro pobres imbéciles haciendo de coartada. Vamos, Husky, tú sabes que estamos totalmente discriminados. Somos una especie subsidiaria y unos ciudadanos de tercera clase.

Sí, Bruna lo sabía. Pero pensaba que la discriminación contra los reps se englobaba en una discriminación mayor, la de los poderosos contra los pringados. Como esa pobre humana del bar de Oli, la mujer-anuncio de la Texaco-Repsol. El mundo era esencialmente injusto. Tal vez los reps tuvieran que soportar condiciones peores, pero por alguna razón a la detective le ponía enferma sentirse perteneciente a un colectivo de víctimas. Prefería pensar que la injusticia era democrática y atizaba sus formidables palos sobre todo el mundo.

—Además no me fío de la policía porque es probable que el enemigo tenga infiltrados dentro... Estoy convencida de que detrás de este asunto de las memorias adulteradas hay algo mucho más grande. Algo político...

Vaya, pensó Bruna con irritación: seguro que ahora dice que hay una conjura. Estaban entrando en la zona paranoica típica de todos estos movimientos radicales.

—Algo que puede ser incluso una conspiración.

—Bueno, Chi, permíteme que lo ponga en duda. Por lo general no soy nada partidaria de las teorías conspiratorias —exclamó Bruna sin poder evitarlo.

—Me parece muy bien, pero las conjuras existen. Mira las recientes revelaciones sobre el asesinato del presidente John Kennedy. Por fin se ha conseguido saber lo que sucedió.

—Y a estas alturas, siglo y medio después del magnicidio, la verdad no le ha interesado a nadie. No digo que no existan conspiraciones; digo que hay muchas menos de las que la gente imagina, y que suelen ser improvisadas chapuzas, no perfectas estructuras maquiavélicas... La gente cree en las conspiraciones porque es una manera de creer que, en el fondo, el horror tiene un orden y un sentido, aunque sea un sentido malvado. No soportamos el caos, pero lo cierto es que la vida es pura sinrazón. Puro ruido y furia.

Myriam la miró con cierta sorpresa.

—Shakespeare... Una cita muy culta para alguien como tú.

—¿Y cómo soy yo?

—Una detective... Una rep de combate... Una mujer con la cabeza rapada y un tatuaje que le parte la cara.

—Ya. Pues a mí también me sorprende que una líder política reconozca las palabras de Shakespeare. Creía que los activistas como tú dedicaban su vida a la causa. No a leer y a pintarse las uñas.

Myriam sonrió esquinadamente y bajó la cabeza un instante, pensativa; cuando la volvió a levantar, su rostro mostraba de nuevo esa inesperada fragilidad que la detective había creído atisbar momentos antes.

—¿Por qué no te gusto, Husky?

La detective se removió incómoda en el asiento. En realidad se arrepentía de haber hablado tanto. No sabía por qué se estaba comportando de esa manera tan inusual. ¿Discutir sobre el caos de la vida con un cliente? Debía de haber perdido el juicio.

—No es eso. Digamos que me fastidia el victimismo.

¡Había vuelto a hacerlo!, se asombró Bruna. Continuaba polemizando con Chi de manera irrefrenable.

—¿Te parece victimismo que denuncie, por ejemplo, que los laboratorios no estudian la curación del TTT? Tengo datos: sólo se invierte un 0,2 del presupuesto de investigación médica en la búsqueda de un remedio para el Tumor Total Tecno, aunque los reps somos el 15 por ciento de la población y todos morimos de lo mismo...

Cuatro años, tres meses y veintitrés días, pensó Bruna sin poderlo remediar. Como tampoco pudo remediar el impulso fatal de seguir discutiendo.

—Me parece victimismo creer que el universo entero está confabulado en contra tuya. Como si uno fuera el centro de todo. El sentimiento de superioridad es un defecto que suele acompañar al victimismo... Como si uno tuviera algún mérito por ser como el azar le ha hecho ser.

—El azar y la ingeniería genética de los humanos, en nuestro caso... —susurró Myriam.

Las dos mujeres se quedaron calladas y los segundos pasaron con embarazosa lentitud.

—Te conozco, Bruna —dijo al fin la líder del MRR con voz suave.

Tan suave que el repentino uso del nombre propio pareció algo necesario y natural.

—Conozco a la gente como tú. Estás tan llena de rabia y de pena que no puedes poner palabras a lo que sientes. Si admites tu dolor temes terminar siendo tan sólo una víctima; y si admites tu furia temes acabar siendo un verdugo. La cuestión es que detestas ser un rep, pero no lo quieres reconocer.

—No me digas...

—Por eso te inquieto y te intrigo tanto... —prosiguió Myriam inmutable—. Porque represento todo lo que temes. Esa naturaleza rep que odias. Relájate: en realidad se trata de un problema muy común. Mira a los de la Plataforma Trans... Ya sabes, esa asociación que engloba a todos los que quieren ser lo que no son... Mujeres que quieren ser hombres, hombres que quieren ser mujeres, humanos que quieren ser reps, reps que quieren ser humanos, negros que quieren ser blancos, blancos que quieren ser negros... Por ahora parece que no ha habido bichos que quieran ser terrícolas y viceversa, pero todo se andará, todavía llevamos poco tiempo de contacto con los alienígenas. Creo que tanto los humanos como los reps somos criaturas enfermas, siempre nos parece que nuestra realidad es insuficiente. Por eso consumimos drogas y nos metemos memorias artificiales: queremos escapar del encierro de nuestras vidas. Pero te aseguro que la única manera de solucionar el conflicto es aprender a aceptarte y encontrar tu propio lugar en el mundo. Y eso es lo que hacemos en el MRR. Por eso nuestro movimiento es importante, porque...

A su pesar, Bruna había seguido con cierta atención las palabras de Chi, pero cuando la mujer citó el MRR, una burbuja de irrefrenable y liberador sarcasmo subió a la boca de la detective.

—Elocuente homilía, Chi. Un mitin estupendo. Deberías holografiarlo y venderlo en vuestra tienda de recuerdos. Pero ¿qué te parece si volvemos a lo nuestro?

Myriam sonrió. Una pequeña mueca apretada y fría.

—Por supuesto, Husky. No sé en qué estaba pensando. Olvidé que te acabo de contratar y que cobras por horas. Mi ayudante te dará la documentación que hemos reunido sobre los casos anteriores y tratará contigo el tema de tus honorarios. Puedes pedirle que añada unas cuantas gaias por el tiempo que has empleado en escuchar el mitin.

Bruna sintió el escozor de la pequeña humillación. Era como haber sido abofeteada. Y, de alguna manera, con razón.

—Perdona si antes te he parecido grosera, Chi, pero...

Myriam la ignoró olímpicamente y siguió hablando. O más bien ordenando:

—Sólo una cosa más: quiero que vayas a ver a Pablo Nopal.

—¿A quién?

—A Nopal. El memorista. ¿No sabes quién es? Pues deberías. Para su desgracia, es bastante conocido...

El nombre de Pablo Nopal despertó en efecto vagas resonancias dentro de la cabeza de la detective. ¿No era uno que había sido acusado de asesinato?

—Tuvo problemas con la justicia, ¿no?

—Exacto.

—No recuerdo bien. No me gustan los memoristas.

—Peor para ti, porque me parece que en este caso vas a tener que hablar con unos cuantos. Vete a ver a Nopal enseguida. Puede que él sepa quién ha redactado las memorias adulteradas. A ver qué le sacas. Eso, lo primero. Y luego ven a contármelo. Quiero que los informes me los des sólo a mí. Esto es todo por ahora, Bruna Husky. Espero tener noticias pronto.

—Un momento, no hemos hablado de tu seguridad... Creo que deberías cambiar tus costumbres y tomar ciertas medidas suplementarias, tal vez tendríamos que...

—No es la primera vez que me amenazan de muerte y sé muy bien cómo defenderme. Además, dispongo de una excelente jefa de seguridad, como te he dicho. Y ahora, si no te importa, tengo una mañana muy complicada...

Bruna se puso en pie y estrechó la mano de la mujer. Una mano de consistencia dura y áspera, pese a las uñas pintadas en un delicado tono azul pastel. En la pared, detrás de la silla de Myriam, había un retrato enmarcado del inevitable Gabriel Morlay, el mítico reformador rep. Qué joven parecía. Demasiado joven para su fama. Chi, en cambio, mostraba pequeñas arrugas en las comisuras de la boca y cierta falta de frescura general. Debía de estar ya cerca de su TTT, aunque seguía siendo una mujer hermosa. El atractivo de Myriam volvió a llegar a Bruna como una ráfaga de aire. La detective se sintió insatisfecha e incómoda. Sospechaba que se había comportado como una idiota. Expulsó ese molesto pensamiento de su cabeza e intentó concentrarse en su nuevo trabajo. Tendría que hablar con esa jefa de seguridad tan excelente, se dijo. El hecho de que fuera la pareja sentimental de Myriam Chi no sólo no la exculpaba, sino que la convertía en sospechosa. Estadísticamente estaba comprobado que el dinero y el amor eran las causas principales de los delitos violentos.

 

Tras la entrevista con Chi, la detective regresó a casa en el tranvía aéreo y, antes de subir a su piso, pasó por el supermercado de la esquina y compró provisiones y una nueva tarjeta de agua purificada. En las temporadas en las que no tenía trabajo la androide nunca encontraba el momento de atender las necesidades cotidianas, pese a disponer supuestamente de todo su tiempo. La despensa se vaciaba, las superficies se iban cubriendo de capas de polvo y las sábanas se eternizaban en la cama hasta adquirir un olor casi sólido. Sin embargo, cuando recibía un encargo Bruna necesitaba poner orden en su entorno para poder sentir ordenada la cabeza. Tener la mente a punto era un requisito esencial en su oficio, porque el buen detective no era el que mejor investigaba, sino el que mejor pensaba. De manera que, tras guardar la compra en la cocina e insertar la tarjeta de agua en el contador, Bruna dedicó un par de horas a limpiar y ordenar la casa, lavar la ropa sucia y tirar las botellas vacías que se alineaban como bolos junto a la puerta.