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Madrid, 25 enero 2109, 11:05

Buenos días, Yiannis

 

SI NO ERES YIANNIS LIBEROPOULOS, ARCHIVERO CENTRAL FT711, ABANDONA INMEDIATAMENTE ESTAS PÁGINAS

 

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LA INTRUSIÓN NO AUTORIZADA ES UN DELITO PENAL QUE PUEDE SER CASTIGADO HASTA CON VEINTE AÑOS DE CÁRCEL

 

Tierras Sumergidas

Etiquetas: calentamiento global, Guerras Robóticas, Plagas, ultradarwinismo, Leyes Demográficas, turismo húmedo.

#002-327

Artículo en edición

Aunque el calentamiento global comenzó a deshacer los casquetes polares ya en el siglo XXy el nivel del mar había ido subiendo de forma progresiva durante varias décadas, lo cierto es que sus devastadores efectos sociales parecieron estallar súbitamente en torno a 2040. «Al igual que una rana a la que le vas calentando gradualmente el agua no advierte el problema hasta que se abrasa, la Humanidad no se ha dado cuenta de la catástrofe hasta que no han llegado las muertes masivas», dijo en 2046 el premio Nobel de Medicina Gorka Marlaska.

En realidad ya se habían producido graves disturbios mucho antes, pero fueron considerados hechos aislados y pasaron más o menos inadvertidos porque, por lo general, sucedieron en zonas superpobladas, económicamente deprimidas y tradicionalmente inestables como el desaparecido Bangladesh, país cuyo territorio quedó totalmente cubierto por las aguas, salvo una estrecha franja de montañas en el Este que, tras la época de las Plagas, fue absorbida por la India. A finales de 2039, sin embargo, cuando ya se había sumergido entre un 13 y un 14% de la superficie terrestre, en la zona del delta del Irrawaddy (antigua Birmania) se originó una especie de estampida que, al contrario de lo que había sucedido en otras ocasiones, no quedó confinada en la región, sino que fue prendiendo en otras zonas geográficas y multiplicándose velozmente a lo largo de 2040 hasta convertirse en un fenómeno planetario. Hay que tener en cuenta que las franjas costeras albergaban grandes núcleos urbanos y estaban por lo general densamente pobladas. A medida que el mar fue avanzando, hubo ciudades que desaparecieron por completo, como Venecia, Amsterdam o la isla de Manhattan, mientras que otras quedaron anegadas en parte, como Lisboa, Barcelona o Bombay. Aún más dañina fue la inundación de los deltas más fértiles y de franjas litorales agrícolas densamente pobladas. Cientos de millones de individuos desesperados y hambrientos que lo habían perdido todo fueron ascendiendo, perseguidos por las aguas, hacia tierras más altas. Pero esas tierras altas ya estaban habitadas y a menudo también acosadas por el hambre, dada la pérdida fatal de las mejores tierras cultivables. Los enfrentamientos entre unos y otros arrasaron el globo. Una violencia ciega prendió en todo el mundo y las masacres se sucedieron durante varios años. Se puede decir que fue la primera guerra civil planetaria y debió de ser tan traumática que, curiosamente, carece de nombre propiamente dicho. Los historiadores se refieren a ese periodo como las Plagas, porque las feroces y colosales hordas de desplazados fueron comparadas a las plagas de langosta de la maldición bíblica.

Fue un tiempo de caos y no se dispone de datos fiables, pero se calcula que en 2050, al cabo de una década de conflictos, habían muerto dos mil millones de personas a causa de las hambrunas, las enfermedades y la violencia directa. Además hubo otros factores letales a tener en cuenta, como la aparición de los ultradarwinistas. El ultradarwinismo fue un movimiento racista y terrorista supuestamente basado en las teorías de Charles Darwin, aunque la inmensa mayoría de la comunidad científica siempre ha rechazado que los ultras tuvieran nada que ver con el evolucionismo. Consideraban que la Tierra no podía albergar una población humana tan elevada, cosa que, por otra parte, era una verdad evidente, y sostenían que las Tierras Sumergidas y las subsiguientes Plagas eran un proceso de selección natural provechoso para la Tierra, dado que la mayor mortandad se producía en zonas superpobladas, económicamente depauperadas y, por lo general, habitadas por individuos de origen racial no caucásico, a quienes estos ultras consideraban material humano defectuoso y prescindible. Para agilizar ese supuesto proceso de «limpieza étnica», los ultradarwinistas cometieron innumerables atentados con explosivos convencionales, misiles e incluso cabezas nucleares de corto alcance, hasta que la organización pudo ser finalmente desmantelada en 2052. Por otra parte, está demostrado que los replicantes aprovecharon las Plagas para asesinar humanos impunemente.

 

****¡Escandalosamente inexacto! Los tecnohumanos ni siquiera habían sido inventados durante el periodo de las Plagas. Quiero dejar constancia de mi preocupación y mi repulsa ante ciertas inclusiones peligrosamente erróneas que estoy encontrando últimamente en los archivos. Recomiendo una investigación interna. Yiannis Liberopoulos, archivero central FT711 ****

 

Aunque lo peor de las Plagas había acabado ya para mediados del sigloXXI, el paisaje político y geográfico quedó tan afectado que el planeta se sumió en un explosivo desequilibrio durante décadas. La guerra rep (2060-2063) empeoró la situación demostrando una vez más el pernicioso efecto de los tecnos y la falta de legitimidad de las nuevas fronteras se convirtió en una de las causas desencadenantes de las Guerras Robóticas (2079-2090). Este largo periodo de inestabilidad y violencia generalizadas hicieron que la población mundial cayera por debajo de los cuatro mil millones de personas. En el último cuarto del siglo XXIalgunos países ya habían comenzado a limitar el número de hijos a sus ciudadanos, pero fue a partir de la Unificación (2096) cuando los Estados Unidos de la Tierra decretaron las Leyes Demográficas (2101) que regulan los embarazos con el fin de evitar una nueva superpoblación. El objetivo es mantener estable el número de habitantes del planeta en cuatro mil millones, a los que hay que añadir unos mil millones más repartidos entre las dos Tierras Flotantes, Labari y Cosmos. Dado que el 15 % de los terrícolas son reps (seiscientos millones de individuos), una ventaja añadida de su exterminio sería poder aumentar sensiblemente la cuota de niños humanos.

 

****Recomiendo que la investigación interna se realice por la vía de urgencia. Yiannis Liberopoulos, archivero central FT711 ****

 

Fue también a partir de la Unificación cuando el Gobierno Planetario decidió rentabilizar las Tierras Sumergidas. Se crearon diversos lotes con las zonas anegadas más emblemáticas y su gestión fue subastada entre diversas megaempresas de ocio y turismo. Hasta ahora se han abierto una docena de parques temáticos y otros veinte están en construcción. Los consorcios consolidaron las ruinas de las Tierras Sumergidas y crearon islas artificiales para albergar hoteles, restaurantes y demás servicios. Las zonas inundadas pueden visitarse en batiscafo, en burbuja individual subacuática o con equipo de buceo. Hay parques temáticos urbanos, como el famoso Manhattan, o históricos, como el delta del Nilo. Estos populares destinos vacacionales forman el llamado turismo húmedo.

 

Merlín jugaba muy bien al ajedrez. Era un replicante de cálculo y tenía una mente formidable, matemática, musical, un laberinto exacto de centelleantes pensamientos.

—A veces pienso en el animalillo medio salvaje que serías sin mí y me estremezco de horror —le decía en ocasiones, agarrándola por el cogote como quien sujeta a un potro demasiado nervioso.

Merlín hablaba en broma, pero en realidad estaba bastante cerca de la verdad. Bruna pensaba que los dos años que había vivido con él, junto con las posteriores enseñanzas de su amigo Yiannis, la habían convertido en lo que era, una tecno de combate distinta a todos los demás. La vida era una cosa indescifrable y misteriosa, incluso la pequeña y pautada vida de los reps. En realidad esos ingenieros genéticos que se creían dioses no sabían lo que estaban haciendo. Sí, podían potenciar ciertas aptitudes en los tecnohumanos dependiendo de la función para la que eran construidos, pero luego cada rep era diferente y desarrollaba capacidades o defectos que ningún ingeniero había sabido prever en el laboratorio mientras troceaba y mezclaba hélices clonadas de ADN. También Merlín era especial: creativo, imaginativo, con un temperamento juguetón que le predisponía a la felicidad.

Se conocieron cuando ella acababa de licenciarse de la milicia y aún tenía caliente en el bolsillo la paga de asentamiento. De modo que Bruna todavía era joven, mientras que Merlín tenía ya 8/33. Pero vivía sin miedo a la muerte, como si fuera eterno. O como si fuera humano, porque los humanos eran capaces de olvidar que son mortales. Eso fue algo que Bruna no consiguió aprender de su amante.

—¡Husky! ¿Estás aquí? No me estás escuchando en absoluto.

Habib tenía la cara retorcida en un gesto de hastío e impaciencia.

—Perdona. Me distraje un momento pensando...

—Pues piensa en tus ratos libres. Con las cuentas de gastos que estás pasando, por lo menos podrías intentar no hacerme perder el tiempo.

Habib llevaba toda la mañana así, extremadamente nervioso, inflamable, con una agresividad que Bruna nunca le había visto antes.

—Me diste carta blanca con el dinero.

—Y si ofrecieras algún resultado, consideraría la inversión bien empleada. Pero hasta ahora... —gruñó él.

Y lo peor era que no le faltaba razón.

Se encontraban en el piso que habían compartido Myriam Chi y Valo Nabokov. Un apartamento amplio y cómodo pero fríamente funcional, como si la ideología radical no alentara demasiados refinamientos decorativos. O como si no quisieran tener demasiado arraigo con las cosas. Sólo había un detalle personal: una foto de Myriam y Valo, abrazadas, amorosas y sonrientes. Estaba tallada tridimensionalmente a láser dentro de un bloque de cristal. Era el típico recuerdo que se confeccionaba al instante en muchos de los lugares de vacaciones. Merlín y ella también se habían hecho un retrato así en Venecia Park, en un fin de semana de turismo húmedo que se regalaron al poco de empezar su relación. Cuando su amante murió, Bruna tiró el vidrio: no podía soportar esa imagen de dicha. Pero ahora, al encontrarse con el retrato de Nabokov y Chi, la cabeza se le había disparado y se había puesto a pensar en Merlín. Cosa que, por lo general, prefería evitar.

Fuera de ese convencional souvenir cristalino, la estancia podría ser el anodino salón de cualquier apartotel. Comparada con ese entorno, la casa de Bruna incluso parecía acogedora. La rep recordó con cierto orgullo las dos copias pictóricas que tenía: El Hombre de Vitrubio, de Leonardo da Vinci, y la Señora escribiendo una carta con su criada, de Vermeer. Eran unas reproducciones muy buenas, no holográficas sino suprarrealistas, que le habían costado bastante caras.

—Aquí no hay nada. Ya te lo dije —gruñó Habib cerrando los cajones de la cocina.

La policía acababa de desprecintar el piso después de haberlo escudriñado a fondo. Bruna imaginó al enorme Lizard husmeando por allí y la idea le resultó desagradable, más bien abusiva, incluso un poco obscena. A Myriam y a Valo no les hubiera gustado que un humano anduviera revolviendo entre sus cosas. Claro que probablemente tampoco les hubiera gustado que estuvieran ellos dos. Cuando Habib se enteró de que Bruna quería venir a inspeccionar el piso, insistió en acompañarla; y ahora estaba desplegando una actividad frenética y totalmente inútil, porque él no podía saber lo que la rep estaba buscando. De hecho, ni ella lo sabía; pero la experiencia le había enseñado que su inconsciente era más sabio que su conciencia; y que, simplemente mirando, a menudo veía cosas que los demás no veían. Indicios que le saltaban a los ojos como si la estuvieran llamando. De manera que Bruna iba detrás de Habib y volvía a abrir y a revisar todos los cajones y todos los armarios que el hombre acababa de cerrar desdeñosamente. Aunque era verdad que hasta el momento no habían encontrado nada revelador.

Entonces entraron en el dormitorio y Bruna se sintió turbada y conmovida. Éste sí era un cuarto personal, un nido, una guarida, el sanctasanctórum en el que los mortales se refugiaban, creyendo poder protegerse de la desolación del mundo. La cama, enorme, estaba cubierta de primorosos cojines de seda de brillantes colores; y en la pared de enfrente, de parte a parte, se alineaban al menos quince orquídeas blancas plantadas en barrocos tiestos dorados. Gasas color lila flotaban colgando del techo como pendones; y el suelo estaba cubierto por una esponjosa y maravillosa alfombra omaá de un rojo profundo.

—Ah. Vaya. Impresionante —dijo Habib.

Bruna se preguntó cuál de las dos, Myriam o Valo, sería la responsable de esa decoración tan femenina y opulenta. Chi, con sus uñas pintadas... O Nabokov, con sus enormes pechos y sus moños imposibles. Aunque probablemente fuera cosa de ambas... Un mundo íntimo recargado y secreto en el que coincidían. Eso era el amor, en realidad: tener a alguien con quien poder compartir tus rarezas.

—Yo había estado antes en esta casa, claro, pero... no en este cuarto. Uno nunca acaba de conocer a las personas —murmuró Habib.

Sobre la mesa de luz, la huella del infierno vivido: una infinidad de frascos, inyectores subcutáneos, parches dispensadores, pastillas, desinfectantes, apósitos, pomadas. Toda la parafernalia médica, esa sucia marea de remedios inútiles que deja tras de sí la enfermedad. También cuando Merlín murió el cuarto quedó lleno de esta triste basura. Duplomórficos contra el dolor. Antipsicóticos contra los delirios, el desasosiego y la violencia causados por el TTT. Relajantes centrales contra la angustia. Cuando él ya se había ido, todavía quedaban jirones de su sufrimiento pegados a los fármacos. Del mismo modo que ahora se podía seguir el rastro de la agonía de Nabokov en ese batiburrillo de grageas. Bruna sintió un pellizco de horror. Del viejo y conocido horror de siempre, que se desperezaba como un dragón en sus entrañas. Cuatro años, tres meses y diecisiete días. Diecisiete días. Diecisiete días.

Habib estaba a cuatro patas, en el suelo, pasando el dedo por el borde de la gruesa alfombra, a lo largo del exiguo canal entre el tapiz y el muro. Se lo estaba tomando muy en serio, se dijo la rep con cierta burla. A decir verdad, se lo estaba tomando demasiado en serio, pensó después, un poco extrañada. El androide no parecía estar registrando la casa sin más, sino buscando específicamente algo. Esa minuciosidad en la inspección, ese nerviosismo...

—Venganza —exclamó.

—¿Cómo? —preguntó Habib, volviéndose hacia ella.

La detective había hablado en un impulso, en un ciego golpe de intuición, a modo de globo sonda. Miró a los ojos a Habib.

—Venganza. ¿Te dice algo esta palabra?

El hombre frunció el ceño.

—Pues... no mucho. ¿Qué tendría que decirme, Bruna?

Tenía un aspecto absurdo, todavía a cuatro patas, con la cabeza vuelta sobre su hombro para mirarla. Le pareció que de repente estaba demasiado simpático. El androide había utilizado su nombre de pila y además ahora su tono era amistoso, después de haberse comportado toda la mañana de modo insoportable. Bruna desconfió. Le sucedía a menudo, de repente era atravesada por el viento frío de la sospecha. Decidió no contarle lo de los tatuajes. Ése era un secreto entre Lizard y ella.

—No. Nada. Fue algo que dijo Nabokov, aquella última vez que la vi. Venganza. Y luego se marchó a matar y a morir.

Habib se puso en pie y sacudió la cabeza.

—Deliraba. Escucha, Bruna, no sé qué estamos buscando aquí. Yo creo que a Valo no le metieron ninguna memoria. Simplemente estaba muy enferma y loca de dolor por la muerte de Myriam.

La detective asintió. Probablemente el hombre estaba en lo cierto.

—Y otra cosa, Bruna... Discúlpame si estoy un poco... tenso. Dentro de dos días se celebra la asamblea del MRR para elegir al nuevo líder del movimiento. Yo creía que lo tenía fácil, pero han aparecido otros dos androides que optan por el puesto, y están desplegando contra mí la más sucia de las campañas. Me acusan de no intentar esclarecer la muerte de Myriam con suficiente ahínco, me acusan incluso de haberme alegrado de su desaparición para poder ocupar su puesto. Por eso necesito resultados cuanto antes, ¿lo entiendes? ¡Cuanto antes!

—Ya veo. Sobre todo resultados electorales —dijo la rep con cierta sorna.

Habib la miró airado.

—Pues sí, eso también. ¿Te sorprende? Estamos en un momento crítico en la historia de los replicantes y yo sé que puedo ayudar a que la situación mejore, que puedo dirigir al MRR con mano firme en este paso crucial. Yo no me alegré de la muerte de Myriam como dicen esos miserables, desde luego que no, pero quizá fuera en cierto sentido providencial. Porque yo sé lo que hay que hacer. Y creo que lo sé incluso mejor que ella. ¿Acaso es un delito aspirar al liderazgo cuando sabes que eso te va a permitir influir para bien en la sociedad?

Había terminado perorando en tono altisonante. De modo que eso era lo que estaba haciendo a cuatro patas y metiendo el hocico por los rincones: buscar votos. Aunque fuera a costa de la locura de Nabokov, de la sangre de Chi, del horror y el fuego y la violencia. Decepcionante. Miró al enojado Habib con desapego. Como solía decir Yiannis, cuánto lucía la miseria de la gente en cuanto las cosas empezaban a ir mal.

 

Bruna bajó de la cinta rodante, torció cautelosamente por la avenida y oteó a lo lejos los alrededores de su edificio, mientras se aferraba a una pequeñísima esperanza. Pero no: ahí estaba el omaá, con su corpachón traslúcido y su camiseta ridícula. El paciente cerco del bicho estaba convirtiendo las salidas y entradas en un martirio. La noche anterior, al llegar todavía alta de adrenalina tras el encontronazo con los matones de las cadenas, tomó su enorme sombra por la de un asaltante y casi le encajó una patada en los genitales. O en el lugar en donde los terrícolas los tienen. Pero el omaá la esquivó tan fácilmente como si hubiera adivinado su movimiento.

—Soy Maio, soy Maio. Perdona si te he sobresaltado —dijo con su voz rumorosa.

Y la rep casi había lamentado que no fuera un anónimo agresor. El alienígena la sacaba de quicio, la inundaba de una absurda culpabilidad, la obsesionaba, hasta el punto de hacerle pensar dos veces la incomodidad de volver a casa. Ahora mismo, tras acabar el registro del apartamento de Chi, hubiera preferido no regresar. Pero le pareció vergonzoso no atreverse a encarar al alienígena y además estaba Bartolo, a quien no quería dejar demasiado tiempo a solas. De modo que no tuvo más remedio que echar a correr y entrar como una exhalación en el portal, para eludir en lo posible al maldito y perseverante Maio. El alienígena se estaba convirtiendo en un problema.

Superado con éxito el primer omaá, ahora le quedaba enfrentarse al segundo. La androide abrió la puerta de su piso temerosa de lo que podría encontrar. ¿Cómo demonios había sido capaz de complicarse la vida de ese modo? Una vez más, decidió avisar inmediatamente a una protectora de animales y librarse del bubi. Asomó la cabeza con cuidado: el lugar parecía estar en orden. Nada de trajes medio masticados por el suelo. Tranquilizada, entró y cerró la puerta, y entonces vio al tragón, que estaba pegado a la pared del fondo, nerviosísimo y con la cabeza gacha, la perfecta imagen de la culpabilidad. A la rep se le cayó el ánimo a los pies.

—¿Qué has hecho? Has hecho algo malo, ¿verdad?

Bartolo se frotaba con desesperada contrición sus pequeñas manos grises. De pronto Bruna tuvo una intuición horrible y corrió hacia la mesa del rompecabezas. Dio un suspiro de alivio: todo parecía estar bien. Pero un momento... Un momento: faltaba una pieza que había sido extraída de la zona ya resuelta. El hueco era una herida en medio del dibujo.

—¡Te dije que no tocaras el puzle!

El bubi gimoteó.

—¿Qué has hecho con la pieza? ¿Te la has comido, animal idiota?

—Bartolo bueno... —lloriqueó la criatura.

Y echó a correr hacia el dormitorio. Bruna lo siguió y, para su pasmo, encontró el pequeño cartón troquelado encima de la almohada de su cama, justo en medio, meticulosamente colocado. La rep lo cogió: estaba intacto, ni siquiera parecía chupado. Sin duda era un mensaje, un aviso, incluso una amenaza, pensó Bruna. Venía a decir: no me gusta que me abandones y en venganza podría haberte destrozado todo el rompecabezas, pero he sido magnánimo y no lo he hecho. Era una protesta muy sofisticada... Algo no demasiado diferente de las cabezas de perro recién degolladas que solía dejar la mafia china. La androide intentó disimular la sonrisa que le bailaba en los labios y se volvió hacia el bubi con un gesto esforzadamente adusto.

—Bartolo solo... —bisbiseó el tragón retorciéndose los dedos.

—Ya sé, ya sé que te has quedado solo y no te gusta... Bueno. Vale. Por esta vez te perdono. Pero no vuelvas a hacerlo.

El animal dio un brinco y se le subió a los brazos: Bruna sintió su aliento cálido en el cuello. Turbada y enojada, se arrancó al bubi de encima y lo dejó en el suelo. Sólo le faltaba encariñarse con una criatura de la que se iba a desprender inmediatamente.

—¡Y esto tampoco vuelvas a hacerlo nunca más! ¡Nada de subirse y abrazarse!

Y, viendo la compungida cara del tragón, añadió enseguida:

—Venga, que voy a darte algo de comer.

Fue una información que levantó de manera instantánea los ánimos del bubi.

En ese momento entró una llamada de Mirari. El rostro peculiar de la violinista apareció en pantalla con los pelos blancos erizados como una corona de espinas.

—Ya está. Te mando un robot. Veinte minutos —dijo, y cortó.

Siempre tan escueta.

La rep llenó una copa de vino blanco y se dejó caer cansinamente en el sofá frente al ventanal, mientras Bartolo masticaba con sonoro entusiasmo su tazón de cereales. Cuatro años, tres meses y diecisiete días. Tomó un sorbo del vino. El brazo que sostenía la copa mostraba el enroscado verdugón producido por el cadenazo del camorrista y la detective pensó que era una marca simbólica. Los acontecimientos la estaban dejando contusionada, herida. De alguna manera, este caso le había removido más que ningún otro. Se había convertido en algo muy personal.

Empezó a llover. El cielo era un cambiante remolino de ennegrecidas nubes y las gotas golpeaban el cristal de la ventana, sesgadas por el viento. Un día Yiannis le había mostrado a Bruna la vieja y mítica película del siglo XX en donde se hablaba por primera vez de los replicantes. Se titulaba Blade Runner. Era una obra extraña y bienintencionada hacia los reps, aunque le resultó algo irritante: los androides tenían poco que ver con la realidad y, por lo general, eran más bien estúpidos, esquemáticos, aniñados y violentos. Por no mencionar a una tecno rubia que daba volteretas como una muñeca articulada. Aun así, en la película había algo profundamente conmovedor. Bruna se había aprendido de memoria el parlamento que decía el rep protagonista antes de fallecer, en la lluviosa azotea: «Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhauser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.» Y entonces inclinaba la cabeza y moría tan fácilmente. Tan fácilmente. Como un aparato eléctrico que alguien desenchufaba. Sin sufrir el tormento del TTT. Pero sus poderosas palabras reflejaban maravillosamente la inconsistencia de la vida... De esa sutil y hermosa nimiedad que el tiempo deshacía sin dejar huella. Inclinaba la cabeza el rep de Blade Runner y moría, mientras la lluvia resbalaba por sus mejillas ocultando quizá sus últimas lágrimas.

Cuando ya estaba cerca de cumplir los 10/35 años, Merlín desapareció. Se marchó. Se mudó a un hotel. Y cuando Bruna por fin consiguió localizarlo y fue a pedirle que regresara, el androide intentó ser lo más desagradable posible para apartarla de él. Pero la detective, que nunca había brillado por su elocuencia, consiguió sin embargo hacerle entender que verle morir en la distancia iba a ser todavía más doloroso. De modo que Merlín volvió, y aún disfrutaron de un par de meses de serenidad antes de que se manifestara el TTT.

Tras la aparición de la enfermedad se fueron a las Highlands, en Escocia. Tierras desnudas quemadas por el viento, riachuelos como hilos de mercurio sobre cauces negros. A los dos les gustaban los lugares remotos, fríos e inhóspitos: una de esas rarezas compartidas que formaban la base del amor. Por eso, cuando Merlín decidió retirarse a la oscuridad como un perro herido, escogió ese rincón lejano. Se instalaron en un pequeño y vetusto cottage alquilado que enseguida llenaron con su patético cargamento de instrumental sanitario y medicinas. Olor a enfermedad y tiempo envenenado. El lento y opresivo tiempo de la agonía. La muerte les rondaba como un depredador ensuciándolo todo de sufrimiento, pero Bruna aún recordaba una noche de lluvia con las gotas tamborileando en el cristal igual que ahora. Merlín dormitaba a su lado en la cama, por un momento a salvo de sus padecimientos; y ella, tumbada sobre el cobertor, leía una novela a la luz amarillenta de una pequeña lámpara. De cuando en cuando miraba a su amante: su conocida espalda ahora tan huesuda, sus facciones emaciadas, la barba crecida. Porque las uñas y el pelo seguían creciendo en los moribundos; mientras todo lo demás se colapsaba, esas pequeñas células continuaban tejiendo su sustancia con ciega y desesperada tenacidad vital. Un esfuerzo orgánico inútil que había sombreado las mejillas de Merlín y que hacía que su hermoso rostro pareciera cada vez más demacrado. Poco antes del final, Bruna lo sabía, el perfil de los enfermos se aguzaba, como para poder hender la merodeante oscuridad, para adentrarse como una proa en las tinieblas. Y la cara de su amante ya había empezado a afilarse. Pero estaban juntos y aún estaban vivos; y afuera el viento silbaba y la lluvia susurraba su canto desolado, convirtiendo aquel dormitorio en un refugio. Aquella noche se detuvo el tiempo y hubo una extraña paz en el dolor.