Los componentes materiales.

EL EMISOR.

Con el nombre de emisor se designa a la persona que produce intencionalmente una expresión lingüística en un momento dado, ya sea oralmente o por escrito. El concepto de emisor está entendido aquí refiriéndose a un sujeto real, con sus conocimientos, creencia y actitudes, capaz de establecer toda un red de diferentes relaciones con su entorno.

Un emisor es el hablante que está haciendo uso de la palabra en un determinado momento, y lo es sólo cuando emite su mensaje. Mientras que la condición del hablante es de carácter abstracto, y usualmente no se pierde nunca (un hablante de una lengua es alguien que tiene los conocimientos de dicha lengua y sigue siendo hablante incluso si está callado), la de emisor es mucho más concreta y está en función de una situación y un tiempo precisos. Con emisor no nos referimos a una categoría absoluta, sino a una posición determinada por las circunstancias.

EL DESTINATARIO.

Con el nombre de destinatario se designa a la persona (o personas) a la(s) que el emisor dirige su enunciado y con la(s) que normalmente suele intercambiar su papel en la comunicación de tipo dialogante. Frente a receptor, la palabra destinatario sólo se refiere a sujetos, y no a simples mecanismos de descodificación. Por otra parte, destinatario se opone a oyente en el mismo sentido en que emisor se opone a hablante: un oyente es todo aquel que tiene la capacidad abstracta de comprender un determinado código lingüístico; el destinatario es la persona a la que se ha dirigido un mensaje.

La intencionalidad se convierte también en una nota distintiva. No puede considerarse destinatario a un receptor cualquiera, o a un oyente ocasional: alguien que capta por casualidad una conversación no es su destinatario. El destinatario es siempre el receptor elegido por el emisor; además, el mensaje está construido específicamente para él. Este hecho es de capital importancia, ya que nuestro mensaje variará en función del destinatario que escojamos (no es lo mismo hablar a un niño o a un adulto, a un amigo a alguien que apenas se conoce,... incluso el escritor que no conoce a sus posibles receptores prefigura una imagen ideal del tipo de personas a quienes le gustaría que estuviera dirigida su obra, y se construye un modelo de destinatario. Una de las tareas del emisor consistirá en analizar y evaluar adecuadamente las circunstancias que concurren en su interlocutor para poder “calcular” con éxito su intervención.

EL ENUNCIADO.

Se trata de la producción lingüística que produce el emisor. El término enunciado se usa específicamente para hacer referencia a un mensaje construido según un código lingüístico.

Cada una de las intervenciones de un emisor es un enunciado; su extensión es paralela a la de la condición de emisor. El enunciado está, por tanto, enmarcado entre dos pausas, y delimitado por el cambio de emisor. Ello implica que no hay límites gramaticales a la noción de enunciado. Los únicos criterios que resultan válidos son los de naturaleza discursiva, los que vienen dados por cada hecho comunicativo particular.

La actualización de una oración (unidad abstracta, estructural, definida según criterios formales) puede constituir en muchos casos un enunciado, pero no todo enunciado es la actualización de una oración. Se establece, de nuevo, una distinción entre un concepto gramatical (oración) y otro pragmático (enunciado). El vocabulario pragmático va cobrando entidad e independencia frente a la terminología que usualmente se emplea para describir hechos y fenómenos gramaticales.

EL ENTORNO (O SITUACIÓN ESPACIO-TEMPORAL).

Es el soporte físico, el “decorado” en el que se realiza la enunciación (el contexto físico). Incluye como factores principales las coordenadas de espacio y tiempo. En muchos casos es un factor determinante: las circunstancias que imponen el aquí y el ahora influyen decisivamente en la forma del enunciado.